Cuando era un niño me gustaba ir a casa de un primo que tenía un tren eléctrico de juguete.
Eran tiempos difíciles en mi país y el trencito era una herencia de familiares que habían emigrado a donde vivimos hoy tu mamá y yo.
Mis primos no me prestaban el trencito para jugar pero a mi me gustaba ir porque aunque sea podía ver la locomotora vieja como daba vueltas por la sala.
Cuando fui grande, mi primer sueldo lo ocupé en comprar un trencito parecido pero no igual.
Siempre quise tener un trencito eléctrico. Por eso me detengo a miralos cuando veo alguno. El de esta foto adorna una inmensa tienda. Tal vez algún día podré tener uno para ti.
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